Cuento. El árbol de la casa

Cuento: El árbol de la casa

Texto e ilustración: Sol Chaparro
Profesora de Educación Inicial
Por: Kékoro cuentos
🎧: https://sptfy.com/9mXn

Edad: 4 a 5 años

Había una vez un árbol, un árbol tan frondoso y grande que daba sombra a casi una cuadra del vecindario. En él, cantaban de día ruiseñores y gorriones y dormían de noche picaflores y petirrojos. Ese, era el árbol que yo llamaba “el árbol de la casa”.

A él lo descubrí desde mi cuarto, cuando era muy pequeñita. Un día que, con mucho esfuerzo logré pararme en mi cuna, sostenerme en sus barrotes y señalárselo con mi dedo a mamá. Ella me dijo: “si, Ana, es el árbol de la casa”.

Durante mi niñez él fue mi columpio, el lugar de mis acrobacias en sus ramas, donde me protegía del fuerte sol del verano y, más tarde hasta mi refugio. Pasaba horas sentada apoyada en su tronco leyendo, mirando las aves pasar o simplemente escuchando el murmullo del vecindario.

En primavera, se convertía en un paisaje de color. Flores rojas escarlatas llenaban su copa y el olor dulce y pegajoso invitaba a las abejas y a los gorgojos a chupar el néctar de sus flores. Era cuando mi mamá llenaba los floreros de la casa del rojo de sus flores y de ese olor intenso y dulce que aún puedo sentir y que se confundía con el del bizcocho que preparábamos cualquier tarde en casa. En otoño se teñían sus hojas de naranjas y marrones y era un espectáculo para mis ojos

En invierno perdía sus hojas, pero mi mamá y yo lo adornábamos con diferentes cintas de colores y algunos ovillos de lana para que nunca pierda su color y se distinguiera de cualquier otro árbol. Así es “el árbol de la casa” era parte de todas las nuevas y divertidas aventuras que teníamos.

Hoy, que ya nos hemos mudado de barrio, recuerdo siempre al árbol que formó parte de mi vida. Su tronco sólido y fuerte, la manera en que se mecían sus hojas cuando el viento soplaba, su timidez en el invierno cuando de él no brotaba nada y los sonidos de los pajaritos que el árbol cobijaba.

No en vano pasó ese árbol en mi vida. Hoy aprecio cada regalo que la naturaleza me da: las flores, sus colores, los animales que habitan en ella, las estaciones y por sobre todo al árbol que tanto me enseñó y que, a pesar de no tenerlo más cerca a mi, lo veo en cada otro que pasa por mi camino, me acerco y hasta me he reconfortado abrazando sus troncos y llenándome de toda la energía que un árbol, con ese vida larga y llena de experiencia, me pueden dar.