Un servicio de orientación de calidad es clave para ahuyentar el temor y sentirse renovada frente al desafío del cáncer.
Antes les comenté sobre la mala pasada que me jugó el catéter port, el receptor a través del cual recibo los medicamentos. Sucedió que la zona de mi pecho alrededor del dispositivo estaba enrojecida e inflamada. El cuadro no pintaba bien, por lo que decidieron aplicar la medicación a través de la vena de mi antebrazo hasta que el riesgo de infección cediera. Estuve en observación un par de semanas, mientras se decidía cuál sería la nueva estrategia. Entre tanto, empecé a ver más de cerca mi cuerpo y a registrar sus transformaciones.
Pasé la víspera de la celebración de fin de año tomándome selfies de la zona supramamaria (entre la mama y la clavícula) en la que me colocaron el receptor. La idea era ayudar a que mi médico tratante opinara sobre el cambio de color y la apariencia de la piel. La señal de alarma se activó cuando el contorno pasó de rojizo a blanco. Era evidencia de que la piel se había abierto porque mi organismo había rechazado el implante.
Esa parte blanca que toqué y de textura dura resultó ser nada menos que la membrana de silicona (material con el que se fabrican los catéteres), que es la que se pincha con una aguja especial para hacer pasar la medicación. Este sistema que inicialmente me había colocado el médico debajo de la piel quedó desprotegido. Estaba a vista y paciencia. Así que el primer catéter fue reemplazado por uno nuevo. Este fue colocado unos centímetros por encima de la mama para que los tejidos grasos lo cubran (le hagan una ‘camita’) y así evitar que el organismo lo vuelva a expulsar como ocurrió con el primer receptor.
Con mi querida enfermera Mora*, a quien conozco hace dieciocho años, cuando me topé cara a cara con el cáncer la primera vez, siempre conversamos sobre la importancia de que los pacientes y familiares seamos proactivos para recibir educación y consejería que nos oriente sobre lo que debemos esperar antes de recibir un trata- miento para tomar decisiones basadas en evidencias.
Cuando inicié mi segundo ciclo de quimioterapia conocí a María*. Celebro ese día porque ella ha sido, además de Mora, la única profesional de la salud que ha dedicado poco más de veinte minutos en explicarnos a mí y a mi familia sobre el tipo de quimio que recibiría en las siguientes doce semanas (consecuencias y cuidados requeridos). Luego, utilizando una maqueta nos enseñó un catéter (sus funciones y cuidados especiales). Este nuevo catéter, localizado cerca de mi corazón, se llama Boby. Prometo quererlo y ‘apapacharlo’ porque – este a diferencia del primero – ya no es un elemento extraño: conozco la forma que tiene, su textura y el rol que cumple en mi organismo. Sin duda, Mora y María han amadrinado este proceso de querencia.
No me canso de repetir que tengo ángeles que me tienden la mano para andar
por el camino de la ilusión. Las enfermeras jugaron un rol fundamental en esta historia. Fue su insistencia la que me hizo tomar conciencia de la importancia y de los cuidados especiales que debemos tener con estos tipos de implantes.
El otro puerto, morada temporal del primer receptor, ya está cicatrizando y ahora solo espero que la piel se regenere con rapidez, aunque siempre queden pequeñas huellas que nos recordarán las experiencias vividas. El cuerpo conserva el registro de las batallas que va librando.
Esta columna apareció por primera vez el 17 de Enero de 2016 en el semanario viù! De El Comercio de Perú. Reproducida con permiso de la autora.