Fuentes de conocimientos que se complementan: una terapia para el dolor que desestresa.
Empecé las sesiones de quimioterapia a mediados de junio de 1997. El agua discurría por su cauce natural: citas en la clínica, agujas, medicamentos. Hasta que unas minúsculas llagas empezaron a brotar en mi boca y fueron avanzando hacia mi esófago. Sentía tanto dolor que al comer solo podía tolerar gelatinas, purés, helados y pasar líquidos. Las papillas de bebé me acompañaron durante los nueve días que duró el proceso inflamatorio.
Los médicos del Instituto de Enfermedades Neoplásicas (INEN), donde estaba hospitalizada, me diagnosticaron mucositis, una patología caracterizada por inflamación, dolor y ulceración en la mucosa oral y que con frecuencia es un efecto secundario de tratamientos de quimioterapia (QT) y radioterapia. Suele tratarse con analgésicos, antiinflamatorios y antibacterianos pero a mí no me funcionaban. El fastidio tan intenso que sentía por la cantidad de llagas que invadían mi boca y garganta y que ninguna medicina lograba calmar, se esfumó gracias a las curaciones con llantén y sábila que me hacía Gina, una enfermera del área de Pediatría del INEN. Un trabajo que se hacía casi a escondidas porque por entonces los médicos desconfiaban de sus resultados.
Al recordar este episodio, alguien me hizo notar el parecido que existe entre el tratamiento contra el cáncer y los juegos de mesa como “Serpientes y escaleras” en el cual algunas veces te toca avanzar y otras descender. una semana recibes la quimioterapia que mata las células cancerosas (¡bien!) y la siguiente (¡ouch!) estás adolorida y sin poder comer. Tienes días buenos, que es como haber obtenido el número que necesitas para avanzar, y días malos en los cuales te toca regresar a la casilla inicial y no moverte hasta tirar nuevamente el dado y obtener el número que necesitas.
Han pasado dieciocho años desde que Gina me curó la mucositis con plantas. En el tiempo transcurrido la sabiduría tradicional –que en un principio se reconocía como un trabajo marginal y esencialmente de enfermería– ha empezado a fusionarse con la medicina alópata al punto que, por ejem- plo, las propiedades antibacteriales, anti-inflamatorias y regenerativas de la sábila empiezan a ser revaloradas por los médicos. Pero su difusión es aún muy tímida: por un lado hay quienes miran con suspicacia las terapias naturales y por el otro están los que solo confían en los últimos avances de la ciencia.
Sin duda Gina, a quienes sus colegas describen como una mujer curiosa y observadora, fue una pionera. Aprendió de los curanderos y de los lugareños de la sierra los beneficios de las plantas y aplicó estos saberes a los pacientes que atendía con sus conocimientos profesionales de enfermería. Cruzó –de ida y vuelta– por un puente poco transitado: el que une a ambos tratamientos, el convencional y el tradicional.
Esta columna apareció por primera vez el 15 de Noviembre de 2015 en el semanario viù! De El Comercio de Perú. Reproducida con permiso de la autora.