Cuento infantil. Rumba

Rumba

Texto e Ilustración: Sol Chaparro

Profesora de educación inicial

Edad: 4 a 5 años

Esta es la  historia de una perrita que vive muy feliz en una casa llena de cariño y amor. Tiene un jardín para ella sola donde corre, juega, se calienta al sol y descansa.  Nunca le falta su comida favorita en su plato especial: los fideos, el camote y la zanahoria, además de sus bolitas de cordero. ¡Cuánto amor da esta perrita a la familia con la que vive  y cuánto amor recibe también!  Por ser muy juguetona  le pusieron de nombre Rumba, pues todo en ella es música, ritmo y alegría.  ¡Cómo disfruta de cada uno de sus juguetes!

Pero la vida de esta simpática y cariñosa perrita no empezó tan bien. Rumba fue rescatada, querían deshacerse de ella lanzándola a un río, un montón de agua que ella recuerda que crujía y sonaba en sus oídos como un torrente de miedo y angustia. Nunca olvidará ese momento! Pero, como cada animalito en este mundo tiene también su “angelito de la guarda”, fue rescatada, por una familia que le brindó un hogar lleno de tranquilidad, paz y buenos momentos.

Fue así, entonces, que Rumba llegó muy tímida y asustada a la casa de  la familia Rojas,  mostrando sus orejitas hacia atrás y su colita entre las patitas, pues no sabía lo que le esperaba. Sin embargo, ganándose el cariño de todos, creció y creció hasta que se convirtió en un animalito muy saludable, con ojos color caramelo y una mancha blanca en su lomo.

Todo andaba muy bien en la casa de los Rojas.  Vivir ahí era muy cómodo: no le faltaban momentos de juego, tiempo para pasear, para comer, para engreirse con su familia pero, a pesar de ser una mascota muy feliz, a Rumba le daba miedo una sola cosa y eso era…

¡El baño!

A Rumba no le gustaba su baño semanal. Nada que tuviera que ver con el agua le traía buenos recuerdos. Prefería ser una perrita cochina, paseando su sucio y rechoncho cuerpito por toda la casa. Eso que te estén mojando, echando ese líquido espeso que hace espuma, frotándote hasta la carita, no, no iba con ella. No le molestaba ensuciar la sala, la alfombra y hasta la cama de cualquiera de los Rojas!

  • Así con las patas sucias no podrás ir a ningún lado- le decía su dueña con la toalla  en la mano lista para el baño.
  • ¡Guau!-  decía Rumba con bastante  miedo y escondiéndose debajo de uno de los sillones.
  • La decisión está tomada. Hoy te toca tu baño semanal -le decía con determinación su dueña.

Rumba se defendía con todo lo que podía pero,  invitándole una de sus galletitas preferidas,  enseñándole sus juguetes y haciéndole cariño, Rumba se dejaba convencer. Dando pequeños pasitos, siempre haciéndose la difícil y poco a poco, subía al segundo piso de la casa y pasito a pasito, casi empujándola, a veces parándose por un escalón y otras avanzando lentamente, llegaba hasta el baño. “Cuando me dejarán tranquila” -pensaba Rumba, en su camino hacia el último escalón.

Cualquiera diría que bañarse era un sacrificio. Qué va ! Rumba tenía una tina lista para ella, con agua tibia hasta la mitad, su shampoo especial, una esponja suave para hacer mucha espuma y  toallas secas y suaves para terminar el baño.

Ya no había marcha atrás.  Se abría el caño, un chorro tibio recorría el cuerpo de Rumba y ella, curiosa, se inclinaba en la tina para ver lo que sucedía. Su dueña le invitaba siempre un poco de agua con su mano, que ella lamía con cariño y gratitud y Rumba, finalmente, entendía que no debía tener miedo porque esto no se parecía al rugido del río ni a ese mal momento de pequeña cuando la quisieron lanzar al río.  Esa era otra agua y ese fue un momento que no valía la pena recordar!

Se sacude y  de un salto se mete al agua, salpica un poco y eso hace que su dueña se ría. Rumba empieza a sentir el agua caliente y poco a poco se acomoda. Para ayudarse y así mojarla toda, su dueña usa un balde y Rumba se empieza a relajar. Luego le ponen su shampoo y se lo esparcen por todo el cuerpo.  Rumba mueve su cola, está feliz porque se siente llena de  cariño y con todos los cuidados que siempre quiso tener. Lo que más le gusta es cuando la secan, pues la envuelven en toallas tibias y la masajean: orejas, hocico, lomo, patitas y panza. Una pasada de la secadora de pelo con aire caliente le da el toque final y Rumba se arranca escaleras abajo a buscar un rayito de sol en el jardín que le permita terminar de secarse y  calentarse.  “Qué rico es que te quieran y que te traten tan bien” -piensa Rumba.

Ahora si ya está limpia, feliz y podrá jugar por todos lados de esta casa entre la gente que tanto la quiere. “Si esta es vida de perro – piensa Rumba – es la vida que quiero vivir. Soy muy feliz” y bate su cola y su corazón late fuerte de gratitud.