Talla C nos cuenta cuándo y por qué decidió reconstruir su seno.
Para reconstruir lo femenino
Salí del consultorio del doctor caminando con cierto garbo, sintiéndome más alta a pesar de que soy una persona que no llega arriba de 1.60 cm. Sentía con orgullo haber tomado la decisión más importante de mi vida durante los últimos siete años: terminar la reconstrucción de mi seno derecho.
A mediados del 2012, en medio de una vida de ejecutiva en la que hacía Pilates, viajaba en avión cada semana entre el Este y Oeste de los Estados Unidos, escribía mi columna política, disfrutaba de las obras de Broadway y de conciertos de Rock y, por supuesto, mantenía una relación de pareja sin que pensara en algún momento en enfermarme ni de gripa, fui diagnosticada con cáncer de seno.
A la hora de recibir la noticia por parte del médico y de lo que debía hacerse quedaba claro que al menos había que amputar un seno, se perdería el cabello por una quimioterapia y me provocarían la menopausia para evitar el desarrollo de más estrógenos.
Poco hablé del dolor que sentía también por mi imagen. Y ahora sé que no es una frivolidad pensarlo, porque el cáncer de seno además arrasa con lo femenino.
En menos de 40 días yo era otra. Había perdido mi cabello, mis senos prominentes, mi rostro que representaba 15 años menos se hinchó con los medicamentos y mi pareja se alejó diciendo que no podía seguir adelante con la situación. Seguí adelante, pero entre la salud, lo físico y el desamor me di cuenta de que ocultaba mi pecho, que me doblaba un poco sin que se me notaran los senos.
En medio del ir y venir, un muy buen amigo, cuya esposa había fallecido años atrás de cáncer me sugirió reconstruirme lo antes posible.
Flap-Tram
Por él decidí hacer la mastectomía con reconstrucción FLAP Tram en la que cuando te hacen la operación sales con un seno hecho con el músculo de tu abdomen. Si bien no es un seno, sentí que no perdía la masa o lo voluptuoso de mi cuerpo, aunque no tenía ni un pezón ni la aurola.
Así que no se había terminado todo el proceso. Y a pesar de hacer ejercicio, seguir trabajando mucho y viajando menos, me quedé por siete años temiendo que el cáncer regresara, que no quedaran bien el pezón y la aurola, que quizá ya no debía hacerme nada y no pensar en frivolidades. A la vez, me di cuenta de que era una excelente excusa o arma para negarme a salir con potenciales parejas y me dediqué a pensar en pasado como si fuera yo una persona de 99 años.
Finalmente decidí que 7 años eran suficientes para afrontar a mi nuevo cuerpo. Con cicatrices, con cambios, con un nuevo tipo de cabello, con otro aspecto, pero de a poco me fui reconstruyendo y me faltaba el detalle final.
Después de terminar la reconstrucción con un tatuaje, recordé sus palabras y entendí lo que quiso decir. Logré cerrar el capítulo y reconstruirme en lo femenino, pero también en lo personal.
No soy esa misma persona físicamente, ni pretendo serlo y sé que somos más que unos senos, un cabello o una figura delgada.
Hoy tengo mis kilos de más y mis cicatrices que me recuerdan que estoy viva todos los días, pero es increíble como un pezón y la aurola tatuada cambiaron mi manera de percibir mi femenino en estos días hasta caminar erguida otra vez.
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