[EL PELO QUE SE CAE VUELVE A CRECER]
Por Bomba de Cobalto (bombadecobalto@gmail.com)
Hablar sobre la pérdida del cabello cuando uno enfrenta la batalla contra el cáncer parece un asunto superficial e inútil. ¿A quién puede preocuparle quedarse calvo cuando tiene frente a sí desafíos más urgen- tes? En octubre del año pasado escribí una columna para explicar la difícil situación que atravesamos mujeres y hombres cuando –según el tipo de quimioterapia que recibimos empezamos a quedarnos sin pelo. Es curioso, pero en esta situación no es solo la mirada del otro la que nos atemoriza, sino nuestra propia observación interior.
En pleno siglo XXI, el avance de la ciencia permite que tomemos el diagnóstico de cáncer con serenidad. Pero es recién cuando se enredan entre los dedos de la mano las matas de pelo, que tomamos conciencia de la realidad. Existe una especie de pausa entre el momento que recibes la noticia y el momento en el que ves ese montón de hebras muertas, pegajosas, rebeldes entre tus dedos.
Nuestra autoestima es la que más sufre en esta etapa, pues perder el pelo puede ser para algunas más traumático que la propia extirpación de la mama. Aún resuena en mi interior la voz firme, pero amorosa, que hace dieciocho años -la primera vez que tuve cán- cer- me dijo: “Vamos a comprar tu peluca.
El pelo que se cae vuelve a crecer”. Por eso, esta segunda vez decidí tomar este asunto con otra actitud: el combinar turbantes y pelucas con mi vestido se convirtió en una actividad lúdica. Una oportunidad para dar testimonio de que es uno mismo quien tiene el control.
En esta ocasión, la determinación de cubrirme la cabeza fluyó con naturalidad. No hubo aspavientos ni lágrimas como sí las hubo la primera vez. Pero claro que fue difícil la decisión de prescindir del turbante, porque no quería que se leyera en mi lenguaje corpo- ral la postrimería del cáncer. Lo cierto era que más temprano que tarde tenía que tomar una decisión. Mientras mi estilista me peinaba a fines del mes pasado (casi un mes después de que empezaran a asomar los primeros brotes de cabello) sentía cosquilleos en el cuerpo y una suma de reflexiones se agolpaban en mi mente.
Cuando nacemos, no somos conscientes de la unión indisoluble entre cuerpo y espíritu y menos de lo que significa tener pelo. Es a lo largo de la vida que vamos asociando cada filamento a una experiencia y cada experien- cia está concatenada a una anterior.
Todo este tiempo que pasé entre quimio- terapias, radiación, consultorios y asegura- doras estuve navegando en dirección al sol. El afecto de las personas más cercanas, entre las que se encuentran ustedes, queridos lectores, me permitieron seguir andando por el camino de la ilusión. Cuando perdí el pelo, me envolvió el respetuoso silencio de quienes estaban a mi alrededor. Ahora, que ha vuelto a crecer más crespo y gris, siento que mi cuerpo le susurra al oído -de quienes sabían del proceso por el cual estaba atrave- sando- que todo ha vuelto a la normalidad. Las piezas finalmente encajaron.
Esta es la última entrega de una serie de textos en primera persona que documentan la experiencia de una mujer frente a un desafío.