Por: Susana Wong
Lazo Rosado Perú
Con el corazón lleno de intenciones sinceras, me propuse este año inculcar a mis sobrinos de 12, 11 y 5 años el verdadero sentir de la Semana Santa. Más allá de las tradiciones externas, quería sembrar en ellos el significado profundo de Jesús como el Hijo de Dios, el símbolo de la fe, la esperanza y la capacidad humana de sobreponerse a cualquier adversidad.
En medio de esta conversación, Lucas, de 11 años, con la naturalidad y sabiduría que a veces sólo los niños poseen, nos dio una lección. Nos habló de una tarea escolar: debía escribir sobre un personaje fantástico. Eligió al Ave Fénix, esa criatura mítica que resurge de sus cenizas; símbolo eterno del renacimiento.
Lo escuché fascinada, no sólo por lo bien que describía al personaje, sino porque, sin darse cuenta, había conectado con el mensaje que yo buscaba transmitirles. El Ave Fénix, presente en diversas culturas y mitologías, representa justamente esa fuerza que nos impulsa a levantarnos después de caer; tal como Jesús, quien venció la muerte y nos dejó la promesa de la vida eterna y la esperanza en medio del dolor.
Entonces lo comprendí con más claridad: no importa el nombre con que se represente esa fuerza divina; lo importante es creer. Creer en que siempre hay una salida, que la oscuridad no es eterna y que hay dentro de nosotros una chispa divina capaz de encender la llama nuevamente.
Lucas, con su elección inocente, me recordó que la fe puede hablar en muchos lenguajes, y que los niños no necesitan grandes discursos para entender lo esencial: que, mientras haya esperanza, hay vida; y que, con confianza, incluso las cenizas pueden convertirse en un nuevo comienzo.