El cáncer es un pincha globo que enciende las señales de alerta de nuestro instinto de supervivencia. Queremos ser mimados y que ese mismo alivio físico se tatúe en nuestro cuerpo.
En las entregas anteriores he puesto la lupa sobre la necesidad de buscar mecanismos para disminuir nuestros niveles de estrés, mientras enfrentamos las vicisitudes del cáncer. Mencioné también la urgencia de hablar, de preguntar, de explorar y explotar. Me preguntaba si estas reacciones son solo porque que el cáncer nos ‘aguó la fiesta’ (nos vemos obligados a replantear nuestra rutina y nuestras metas a corto, mediano y largo plazo) o será que nuestro instinto de conservación se pone en alerta cuando presiente que está frente a una nueva amenaza. De hecho, me inclino por la segunda. El temor, en dosis pequeñas, es capaz de empujarnos fuera del peligro. No olvidemos que existe una unión indisoluble entre cuerpo y espíritu. Los seres humanos nacemos y morimos con un cuerpo y cuando este entra en contacto con agentes químicos desconocidos se descompensa. El miedo, que obedece al instinto de conservación se potencia y experimentamos ocasionales cambios de comportamiento. Estamos ávidos de recibir respuestas positivas. De encontrar el camino ‘correcto’.
Esa debe de ser la razón por la cual necesitamos información oportuna y relevante antes de someternos a un tratamiento. Este es el testimonio de una paciente con cáncer al cuello uterino que no soportó el dolor cuando intentaron aplicarle radioterapia interna: “cuando el doctor trataba de poner los pequeños dispositivos alrededor del tumor sentí el dolor más horrible que nadie puede imaginar. Traté de colaborar. No pude resistir”. En contraste, la mujer que había salido del turno anterior lucía ‘tan campante’ después de aquel procedimiento. El doctor le explicó que ello había ocurrido porque cada quien tiene un umbral de dolor distinto. Ella regresará la próxima semana, pero esta vez le pondrán anestesia. Esto prueba que no todos los cuerpos son iguales. ¿Era necesario hacerla pasar por este choque emocional o se pudo evitar con una pregunta bien atendida?
Por eso es necesario que las clínicas especializadas cuenten con programas de acompañamiento (presencial, virtual o una combinación de ambos) que den tranquilidad a los pacientes y resuelvan nuestras dudas o al menos nos orienten sobre lo que debemos esperar de cada procedimiento. La buena noticia es que los centros oncológicos ya están trabajando en esta línea. Un alto ejecutivo, vinculado al sector, con el que compartí algunas de mis incertidumbres, me señaló que existe conciencia de que la falta de información no solo afecta al paciente sino a la familia que enfrenta una nueva condición.
El bienestar que nuestro cuerpo necesita sentir empieza cuando recibimos la noticia de nuestro tratamiento. Si sabemos qué podemos esperar, nos sentiremos más dueñas de la situación y más seguras para enfrentarla.
Esta columna apareció por primera vez el 8 de Noviembre de 2015 en el semanario viù! De El Comercio de Perú. Reproducida con permiso de la autora.