La informacIón relevante y oportuna neutralIza el estrés y la desconfianza. La falta de sensibilidad, en cambio, la potencia.
El cáncer trae consigo una serie de obligaciones y ocupaciones. Debemos replantear nuestra rutina para tolerar mejor el tratamiento y encontrar el modo de convertir en oportunidad aquellas situaciones y actitudes que, de no ser tratadas adecuadamente, contribuyen a incrementar nuestros niveles de estrés. En las tres entregas anteriores mencionaba que cargamos con la ansiedad, la incertidumbre ante lo desconocido y las miradas de desconcierto, sobre todo aquellas cuya fuente son propias de nuestra observación interior. Trabajamos sin cesar para ganarle la batalla al cáncer, pero el enemigo más duro al que tenemos que enfrentar es todo aquel que no quiere ponerse en el zapato del otro. Todo aquel que no quiere – o no sabe cómo – caminar en los zapatos del cáncer para acompañarnos mejor.
Una paciente que se llama Mafe* (nombre ficticio) que paga su seguro en el centro especializado en el que se atiende y que fue diagnosticada con cáncer de cuello uterino, me comentaba que de no haber insistido en que revisaran el Pet Scan (estudio de imágenes) que trajo del extranjero, iba a ser operada cuando el tratamiento correcto para ella era recibir radio y quimioterapia. El médico le dio a entender –luego de que ella insistiera en saber por qué no le había solicitado el examen– que era un tema de costos para el centro especializado. Ella podía –y quería– cubrir ese gasto pero nadie le preguntó. Esto ocurre –y es lo que se percibe– porque mientras los auditores médicos suelen velar por la correcta administración de los recursos, los médicos requieren de exámenes complementarios (tipo Pet Scan) para un diagnóstico más acertado. Este divorcio de visiones crea desconfianza y sobre todo incrementan el estrés. Sin duda una variable que los pacientes no podemos manejar sin el respaldo de la compañía empática de los médicos.
El cirujano oncólogo Raúl Velarde opina que el cáncer de mama es diferente de una per- sona a otra y que por lo tanto el tratamiento debe ser personalizado. Es cierto que no todos los cuerpos son iguales ni reaccionan igual ante el mismo protocolo. Recuerdo casi con horror los efectos en mi estómago (varias hospitalizaciones) cuando recibí mi primera quimioterapia hace dieciocho años. La dosis era baja pero igual no la toleraba como sí hacían otros pacientes. Tuve la suerte de pasar por esa curva de aprendizaje y transmitirla a mi oncólogo actual para tomar las previsiones y atenuar los efectos secundarios en este nuevo tratamiento. Gracias a ello, hasta ahora casi no tengo ‘resaca’ de la quimioterapia.
Otros aspectos que nosotros no podemos manejar y que nos estresan son por ejemplo los papeleos que tenemos que realizar para que las empresas aseguradoras nos cubran los medicamentos o exámenes que son solicitados por el cuerpo médico avalado por dichos sistemas de provisión de servicios, el tiempo que nos toma sacar una cita o las salas de espera –llenas de ruidos de taladros y programas estridentes de televisión– que son un ambiente opuesto para uno que aliente la vida.
Con frecuencia se organizan caminatas y carreras donde miles de personas se solidarizan con quienes recorremos el camino del cáncer recaudando fondos para su tratamiento, Pero tal vez hace falta, antes de andar tantos kilómetros, probar simplemente andar un ratito en nuestros zapatos.
Esta columna apareció por primera vez el 1 de Noviembre de 2015 en el semanario viù! De El Comercio de Perú. Reproducida con permiso de la autora.